Comienza a llenarse el Nationaltheater. Llegan personalidades venidas de todas partes. Los Wesendonk, no están presentes entre el público; Matilde, no ha querido verse “dibujada” como Isolda sobre el escenario. Luis II asiste a la representación desde su palco real. La expectación es enorme.
Da comienzo el drama. Después del magnífico Preludio, se levanta el telón. A bordo de un barco que viaja desde Irlanda a Cornwall, una voz de marinero resuena desde las jarcias…
Da comienzo el drama. Después del magnífico Preludio, se levanta el telón. A bordo de un barco que viaja desde Irlanda a Cornwall, una voz de marinero resuena desde las jarcias…
Tristan e Isolda
Casi cuatro horas después, ha finalizado la función. Wagner, con lágrimas en los ojos, felicita a todos y cada uno de los participantes en la misma. Mención especial merecen los Schnorr que han estado brillantes, bajo la batuta de un von Bülow muy expresivo y convincente. Los saludos se hacen interminables. El público, abandona el teatro muy conmovido. La crítica, está desconcertada y carente de elementos para juzgar una música tan distinta a todo lo escuchado hasta el momento. La polémica, como siempre que se trata de Wagner, se desata con virulencia. Tres semanas después del estreno, fallecería Ludwig Schnorr y los adversarios de Wagner, aprovecharían esta circunstancia para atribuir la muerte del gran tenor al tremendo esfuerzo realizado en el estreno de Tristán. Pero eso es otra historia...
Ahora, nos toca disfrutar de esta leyenda atemporal, empaparnos con esta melodía infinita y admirar una de las creaciones más sublimes del espíritu humano. No tratéis de entenderla con el pensamiento, porque esta experiencia vital, no brotó de la cabeza de su autor, surgió directamente del corazón y del sentimiento más puro que pueda existir, del Amor.
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