Hoy es 2 de octubre de 1828. Dentro de mes y medio voy a morir. Ya sé que dicen que “ando por el mal camino”.
Pero hoy, en carta a mi amigo y editor de Leipzig, Probst, le cuento que he puesto música a algunas canciones de Heine y que, finalmente, he terminado un Quinteto para dos violines, una viola y dos violonchelos.
Mi cuerpo se va deteriorando, poco a poco, pero mi alma solo piensa en Música. Estoy terminando tres sonatas para piano y, en mente, está ya el germen del Lied “El pastor en la roca”.
Quinteto para cuerdas en Do mayor, D. 956
1.- Allegro ma non troppo. 2.- Adagio.
3.- Scherzo. Presto - Trio. Andante sostenuto.
4.- Allegretto.
Cuarteto Végh y Pablo Casals, violonchelo.
El Quinteto en Do mayor de Franz Schubert, es, en todo caso, la obra prácticamente final de su música de cámara, una de las obras más importantes y emotivas de su vida y, sin duda, una de las obras maestras de la historia de la música.
Obra emparentada con la Misa en Mi bemol D. 950 y de su última Sinfonía, la “grande”, D. 944, estamos ante el “canto del cisne” de Shubert. Escrita en la tonalidad aúlica de Do mayor, al igual que los Quintetos de sus amados y admirados Mozart y Beethoven, según comenta Charles Rosen, pianista y teórico musical estadounidense, el tema de apertura de la obra de Schubert emula muchas características del tema de apertura del quinteto de Mozart, como giros decorativos, longitudes irregulares de frases y arpegios en staccato ascendentes.
Schubert adopta una instrumentación poco convencional, empleando dos violonchelos, nítidamente diferenciados, en lugar de dos violas, con una muy ingeniosa repartición de los papeles de los cinco instrumentos en búsqueda de nuevas sonoridades y una sorprendente función melódica de los tres instrumentos centrales.
Y cómo no caer rendidos ante el elegíaco prodigio en Mi mayor del Adagio, el segundo movimiento del Quinteto de Schubert, ante el que toda explicación o intento de análisis está de sobra.
Solo nos queda disfrutar de esta belleza absoluta y admirar a su creador.