10 nov 2025

“Windflower”

En los primeros años del siglo XX, cuando Europa aún respiraba una paz tensa y el Imperio Británico se alzaba con orgullo sobre sus dominios, Edward Elgar caminaba por los senderos de la campiña inglesa con una inquietud que no se disipaba. Había alcanzado el reconocimiento que tanto había anhelado, pero la gloria pública no bastaba para calmar el murmullo interior que lo acompañaba desde siempre.
Entre 1907 y 1910, Elgar se sumergió en la composición de una obra que no respondía a los clamores patrióticos ni a las exigencias de la pompa imperial. El Concierto para Violín y Orquesta en Si menor, Op. 61 nació como un diálogo íntimo, una confesión sin palabras, escrita para un instrumento que, más que cantar, parecía recordar.
Elgar dedicó la obra al gran violinista Fritz Kreisler, pero en sus páginas hay ecos de otra presencia: la de Alice Stuart-Wortley, a quien llamaba “Windflower” en sus cartas. A ella, quizás, le confió el alma que no podía entregar al mundo. En la partitura, escribió en español —lengua ajena, pero cargada de misterio— una frase que aún hoy desconcierta: “Aquí está encerrada el alma de ....., cita de la novela Gil Blas de Alain-René Lesage. No hay explicación definitiva de a quién se refiere esos cinco puntos suspensivos, solo la certeza de que el compositor había depositado algo esencial en esas notas.
El concierto se estrenó el 10 de noviembre de 1910, con Elgar en la batuta y Kreisler como solista. Fue recibido con respeto, aunque no con el fervor que acompañó otras obras suyas. Pero el tiempo le daría su lugar: no como espectáculo, sino como testimonio.
Mientras Mahler se despedía del mundo, Debussy y Ravel tejían paisajes impresionistas, y Stravinsky preparaba la revolución rítmica de La consagración de la primavera, Elgar se aferraba a un romanticismo tardío, introspectivo, casi elegíaco. Su concierto no busca deslumbrar, sino comprender. El violín no lucha contra la orquesta: conversa, recuerda, se despide.
En el último movimiento, una cadenza acompañada —inusual, casi ritual— detiene el tiempo. El violín se queda solo, pero no abandonado. La orquesta lo escucha, lo sostiene, lo deja hablar. Es allí donde el alma, quizás, se revela.

"Concierto para Violín y Orquesta en Si menor, Op. 61"
Hilary Hahn, violín.
London Symphony Orchestra.
Sir Colin Davis, director.


I. Allegro
Inicio: La orquesta presenta un tema noble y amplio, casi sinfónico.
Entrada del violín: No es explosiva, sino contemplativa. El violín se une como si continuara una conversación ya iniciada.
Desarrollo: Escucha cómo el violín se mueve entre la pasión contenida y la elegancia melódica. Hay momentos de gran lirismo, pero también de tensión emocional.
Atención especial: El uso del registro grave del violín, que aporta profundidad y carácter.
II. Andante
Carácter: Íntimo, casi confesional. Es el corazón emocional del concierto.
Diálogo: El violín parece hablar en voz baja, con frases largas y meditativas.
Orquesta: Acompaña con delicadeza, creando un colchón sonoro que sostiene al solista.
Atención especial: La forma en que Elgar evita el sentimentalismo fácil, manteniendo una dignidad serena.
III. Allegro molto
Inicio: Más enérgico, con ritmo marcado y escritura más virtuosa.
Contraste: Aunque hay momentos de brillantez técnica, el violín nunca se convierte en espectáculo. La música sigue siendo introspectiva.
Cadenza final: Escucha con atención este momento único: el violín toca solo, pero con acompañamiento orquestal sutil. Es como un monólogo interior, una recapitulación del alma.
Cierre: No es triunfal, sino contemplativo. Elgar termina con una sensación de resolución emocional, no de victoria.

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