4 nov 2025

Mozart en Linz

Finales de octubre de 1783. Wolfgang Amadeus Mozart, recién casado con Constanze Weber, viajaba desde Viena a Salzburgo con el propósito de reconciliarse con su padre Leopold, quien no aprobaba el matrimonio. El encuentro fue tenso, y aunque Constanze cantó como soprano en la Misa en do menor, K. 427, compuesta como promesa prenupcial, la paz familiar no se consolidó.
El 30 de octubre, los Mozart abandonaron Salzburgo y se dirigieron a Linz, ciudad a orillas del Danubio. Allí, fueron recibidos con inesperada pompa por el Conde Johann Joseph Anton Thun-Hohenstein, un amante de la música que mantenía su propia orquesta privada. Apenas llegaron, el joven hijo del conde se acercó a Mozart y le dijo que su padre llevaba dos semanas esperándolo. Lo invitó a quedarse en su residencia y le anunció que se organizaría un concierto en su honor el 4 de noviembre.
Mozart, halagado pero apurado, se dio cuenta de que no había traído consigo ninguna sinfonía. En una carta a su padre, escribió:
“Como no tengo conmigo ni una sola sinfonía, estoy componiendo una nueva a toda prisa, que debe estar lista para entonces.”
Así, en cuatro días, entre paseos por los jardines del palacio y cenas con la nobleza local, Mozart escribió una obra que no solo cumplía con el encargo, sino que se convertiría en una de sus sinfonías más brillantes: la Sinfonía “Linz”.
El estreno tuvo lugar el 4 de noviembre de 1783. Esa noche, el teatro de Linz estaba lleno. La orquesta del conde, bien entrenada, se preparaba para tocar una obra que nadie había visto ni ensayado hasta hacía apenas unas horas. Mozart dirigía desde el clave, con esa mezcla de genio y ligereza que lo caracterizaba.
La sinfonía comenzó con un Adagio solemne, algo inusual en su catálogo hasta entonces. Era como una llamada ceremonial, al estilo de las oberturas francesas. Luego, el Allegro spiritoso estalló con energía, sorprendiendo al público por su vitalidad y claridad estructural.
El Andante, con su ritmo de siciliana, ofrecía momentos de dulzura y melancolía, mientras que el Menuetto y el Trío mostraban el ingenio rítmico de Mozart, con frases irregulares que jugaban con las expectativas del oyente.
El Presto final, que Mozart pidió que se tocara “lo más rápido posible”, fue una explosión de alegría. El público aplaudió con entusiasmo, y el conde, encantado, pidió que la obra se repitiera en futuras veladas. Mozart, satisfecho, escribió a su padre:
“Tal vez puedas hacer que se toque en otros lugares. Es una gran sinfonía.”

"Sinfonía n.º 36 en do mayor, K. 425_Linz"
Concertgebouw Orchestra.
Josef Alois Krips

La Sinfonía “Linz” no solo fue una respuesta a una necesidad urgente. Fue también una declaración de independencia artística. Mozart, ya instalado en Viena, comenzaba a liberarse del peso de Salzburgo y de su padre. Esta sinfonía, escrita en tránsito, es símbolo de ese cambio: una obra luminosa, madura, y profundamente vienesa.
Y aunque el manuscrito original se perdió, la música sobrevivió. Fue interpretada en Viena en abril de 1784, y desde entonces ha sido celebrada como una de las joyas del repertorio clásico.

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