7 nov 2025

Temor y Esperanza

Leipzig, 7 de noviembre de 1723, 24º domingo después de la Trinidad. En la iglesia de Santo Tomás el nuevo Thomaskantor, Johann Sebastian Bach, se prepara para dar a conocer una obra que no es solo música, se trata de un drama espiritual.
En el coro, los cantores afinan sus voces mientras los instrumentos se acomodan: oboe d’amore, cuerdas, continuo. Sobre los atriles, las notas de la cantata “O Ewigkeit, du Donnerwort” (¡Oh eternidad, tonante palabra!) parecen relampaguear como presagio. El texto, tomado del himno de Johann Rist, habla de eternidad y juicio, de la lucha entre el Temor y la Esperanza. Bach lo convierte en diálogo vivo: el alto encarna el miedo ante la muerte, el tenor la confianza en la salvación. Cada compás es un pulso entre sombra y luz.
El primer movimiento comienza: O Ewigkeit, du Donnerwort. Las voces se entrelazan como dos almas en combate, mientras la orquesta sostiene la tensión con acordes graves. El segundo movimiento, un recitativo, deja oír la voz del Temor: “Mi lecho final me aterra”. Luego, la aria del alto se despliega con angustia contenida, hasta que la Esperanza responde: Es ist genug —“Es suficiente”—, frase que se eleva como un suspiro de paz. El coral final, con su audaz inicio en tres semitonos ascendentes, cierra la obra con una calma que parece venir del cielo.
En los bancos, los fieles escuchan con recogimiento. No es solo música: es teología hecha sonido, un espejo del alma humana frente al misterio de la eternidad. Bach, en su primer año en Leipzig, no busca agradar: busca conmover, sacudir, llevar a cada oyente a la frontera entre el miedo y la gracia. Cuando la última nota se extingue, la iglesia queda suspendida en silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.

Cantata BWV. 60 "O Ewigkeit, du Donnerwort"
Amsterdam Baroque Orchestra & Choir.
Ton Koopman, director.

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