Imaginemos, por un momento, que nos encontramos en Berlín el 28 de octubre de 1915 y asistimos al día del estreno de esta magna obra.
La ciudad está cubierta por un velo de incertidumbre. Europa arde en la Primera Guerra Mundial, y en las calles de Berlín se respira tensión y cansancio. Sin embargo, esa noche, en la Philharmonie, un público selecto se reune para escuchar algo extraordinario: el estreno de la Sinfonía alpina, Op. 64, dirigida por su creador, Richard Strauss.
Strauss, con 51 años, ha dejado atrás la juventud rebelde que lo llevó a escribir poemas sinfónicos como Don Juan o Así habló Zaratustra. Ahora es un hombre maduro, consagrado como director y compositor de óperas. Pero en su interior sigue latiendo la pasión por la naturaleza y la filosofía. La idea de esta obra había germinado décadas antes, tras una excursión alpina en su Baviera natal, cuando una tormenta lo sorprendió en plena montaña. Aquella experiencia se convirtió en una metáfora vital: el esfuerzo humano frente a la grandeza indomable de la naturaleza.
Originalmente, Strauss pensó en llamarla “Der Antichrist”, inspirándose en Nietzsche, como una exaltación del espíritu libre frente a la moral tradicional. Pero el título era demasiado provocador para tiempos convulsos, y la obra evolucionó hacia algo más puro: un viaje sonoro por los Alpes, desde la noche hasta la noche, pasando por el amanecer, la ascensión, la tormenta y la contemplación en la cima. Ese día del estreno, La Dresdner Hofkapelle, una de las mejores orquestas de Alemania, ocupa el escenario. Más de 120 músicos se preparan para una de las partituras más exigentes jamás escritas: 16 trompas, metales fuera del escenario para simular la lejanía, percusión con máquina de viento y truenos, órgano, celesta, dos arpas…
Strauss había creado una orquesta que parecía una montaña en sí misma.
Se cuenta que algunos músicos bromeaban sobre la logística: “¿Estamos tocando música o construyendo los Alpes aquí mismo?”. El público, en cambio, espera con curiosidad. ¿Qué podía ofrecer Strauss en medio de una guerra que devoraba Europa?
La música comienza. Se hace un silencio profundo. El órgano y las cuerdas graves dibujan la Noche. Luego, un estallido de luz: Amanecer. Los metales resplandecen como el sol sobre las cumbres. El viaje comienza. Cada sección es un cuadro sonoro: el murmullo del arroyo, el estruendo de la cascada, el tintineo de los cencerros en la pradera. Y, finalmente, la Tormenta eléctrica, con truenos simulados por percusión y viento artificial. El público siente la montaña, la lucha, la inmensidad.
Cuando la obra regresa a la Noche, el ciclo se cierra. No hay aplausos inmediatos: hay un instante de silencio reverente, como si todos hubieran descendido de la montaña junto al compositor.
La ciudad está cubierta por un velo de incertidumbre. Europa arde en la Primera Guerra Mundial, y en las calles de Berlín se respira tensión y cansancio. Sin embargo, esa noche, en la Philharmonie, un público selecto se reune para escuchar algo extraordinario: el estreno de la Sinfonía alpina, Op. 64, dirigida por su creador, Richard Strauss.
Strauss, con 51 años, ha dejado atrás la juventud rebelde que lo llevó a escribir poemas sinfónicos como Don Juan o Así habló Zaratustra. Ahora es un hombre maduro, consagrado como director y compositor de óperas. Pero en su interior sigue latiendo la pasión por la naturaleza y la filosofía. La idea de esta obra había germinado décadas antes, tras una excursión alpina en su Baviera natal, cuando una tormenta lo sorprendió en plena montaña. Aquella experiencia se convirtió en una metáfora vital: el esfuerzo humano frente a la grandeza indomable de la naturaleza.
Originalmente, Strauss pensó en llamarla “Der Antichrist”, inspirándose en Nietzsche, como una exaltación del espíritu libre frente a la moral tradicional. Pero el título era demasiado provocador para tiempos convulsos, y la obra evolucionó hacia algo más puro: un viaje sonoro por los Alpes, desde la noche hasta la noche, pasando por el amanecer, la ascensión, la tormenta y la contemplación en la cima. Ese día del estreno, La Dresdner Hofkapelle, una de las mejores orquestas de Alemania, ocupa el escenario. Más de 120 músicos se preparan para una de las partituras más exigentes jamás escritas: 16 trompas, metales fuera del escenario para simular la lejanía, percusión con máquina de viento y truenos, órgano, celesta, dos arpas…
Strauss había creado una orquesta que parecía una montaña en sí misma.
Se cuenta que algunos músicos bromeaban sobre la logística: “¿Estamos tocando música o construyendo los Alpes aquí mismo?”. El público, en cambio, espera con curiosidad. ¿Qué podía ofrecer Strauss en medio de una guerra que devoraba Europa?
La música comienza. Se hace un silencio profundo. El órgano y las cuerdas graves dibujan la Noche. Luego, un estallido de luz: Amanecer. Los metales resplandecen como el sol sobre las cumbres. El viaje comienza. Cada sección es un cuadro sonoro: el murmullo del arroyo, el estruendo de la cascada, el tintineo de los cencerros en la pradera. Y, finalmente, la Tormenta eléctrica, con truenos simulados por percusión y viento artificial. El público siente la montaña, la lucha, la inmensidad.
Cuando la obra regresa a la Noche, el ciclo se cierra. No hay aplausos inmediatos: hay un instante de silencio reverente, como si todos hubieran descendido de la montaña junto al compositor.
"Sinfonía alpina, Op. 64"
Royal Philharmonic Orchestra.
Rudolf Kempe, director.
Pequeña guía sonora:
1. Noche (Introducción oscura)
Qué escuchar: Sonoridad grave, misteriosa, con el órgano y las cuerdas en registros bajos. Representa la oscuridad antes del amanecer.
Sensación: Expectativa y calma profunda.
2. Amanecer
Qué escuchar: Trompetas y metales anuncian la luz, seguido por un crescendo orquestal espectacular.
Sensación: El sol surge con fuerza, Strauss pinta la luz con colores brillantes.
3. Ascensión
Qué escuchar: Ritmos enérgicos en cuerdas y metales, sensación de movimiento ascendente.
Sensación: El esfuerzo físico del ascenso.
4-6. Bosque, arroyo y cascada
Qué escuchar:
Bosque: Maderas suaves, atmósfera tranquila.
Arroyo: Figuras rápidas en cuerdas y arpa, como agua fluyendo.
Cascada: Percusión y glissandi que evocan el agua cayendo.
Sensación: Naturaleza viva y detallada.
7-9. Aparición, praderas y cencerros
Qué escuchar:
Aparición: Sonoridad etérea, casi mágica.
Praderas: Melodías amplias, luminosas.
Cencerros: Sonido real de cencerros, evocando ganado en la montaña.
Sensación: Belleza pastoral.
10-12. Matorrales, glaciar y peligro
Qué escuchar:
Matorrales: Música más agitada, cromática.
Glaciar: Timbres fríos, metales y maderas en registros altos.
Peligro: Tensión creciente, percusión dramática.
Sensación: Riesgo y desafío.
13. En la cúspide
Qué escuchar: Gran clímax orquestal, majestuoso, con toda la orquesta.
Sensación: Triunfo y contemplación.
14-18. Visión, niebla, sol oscurecido, elegía, calma
Qué escuchar:
Visión: Sonoridad expansiva, casi espiritual.
Niebla: Texturas difusas, armonías veladas.
Elegía: Melodía nostálgica en cuerdas.
Calma: Preparación para la tormenta.
Sensación: Reflexión y melancolía.
19. Tormenta eléctrica y descenso
Qué escuchar:
Percusión intensa (máquina de truenos, bombo, tam-tam).
Metales fuera del escenario para sensación envolvente.
Sensación: Caos natural y urgencia.
20-22. Puesta de sol, epílogo y noche
Qué escuchar:
Puesta de sol: Colores cálidos, decaimiento de la energía.
Epílogo: Motivos iniciales reaparecen.
Noche: Regreso a la oscuridad, cierre circular.
Sensación: Paz y conclusión del ciclo.
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