En 1910, Camille Saint-Saëns tenía setenta y cinco años. Era un hombre que había atravesado el siglo XIX con la elegancia de un clásico y la curiosidad de un moderno, testigo de revoluciones estéticas que nunca terminaron de seducirlo. Mientras Europa se agitaba entre el posromanticismo y las vanguardias, él permanecía fiel a la claridad, a la proporción, a esa idea de belleza que no necesita estridencias para imponerse. En ese clima de madurez, compuso La Muse et le Poète, Op. 132, una obra que no es sólo música: es confesión, es diálogo íntimo entre dos fuerzas que lo habían acompañado toda su vida —la inspiración y la reflexión.
La pieza nació como un homenaje. Madame J.-Henry Carruette, mecenas y amiga, había muerto en 1909, y Saint-Saëns quiso rendirle tributo con una obra inicialmente concebida para violín, violonchelo y piano. El título original, Esquisse pour le fameux duo, era casi un guiño privado, pero el editor Durand sugirió un nombre más evocador: La Muse et le Poète. Y así quedó, como si el propio compositor aceptara que aquello no era un simple boceto, sino una conversación universal.
El estreno tuvo lugar en Londres, en junio de 1910, en el Queen’s Hall, con Eugen Ysaÿe al violín, Joseph Hollman al violonchelo y el propio Saint-Saëns al piano. Meses después, el 20 de octubre, la versión orquestal se presentó en París, en el Théâtre Sarah Bernhardt, bajo la dirección de Fernand Le Borne. Era el último Saint-Saëns, el que ya no buscaba deslumbrar con sinfonías monumentales ni con óperas grandiosas, sino con la sutileza de una idea pura.
La obra es un poema sinfónico en un solo movimiento, pero su estructura interna sugiere tres momentos: la contemplación inicial, el diálogo apasionado y la reconciliación final. El violín —la Musa— surge con líneas ascendentes, ligeras, casi etéreas; el violonchelo —el Poeta— responde con frases graves, hondas, cargadas de melancolía. Entre ambos se teje una conversación que no es disputa, sino búsqueda: ¿cómo conciliar la luz de la inspiración con la sombra de la reflexión?
La orquesta no es mero acompañamiento. Es paisaje, atmósfera, respiración. A veces sostiene el diálogo con acordes suaves, otras se agita como si quisiera intervenir en la discusión. Pero nunca roba protagonismo: su papel es el de un mundo que escucha, que acoge la tensión y la calma de los dos solistas.
"La Muse et le poète, Op. 132"
Ulf Hoelscher, violin. Ralph Kirschbaum, violonchelo.
New Philharmonia Orchestra.
Pierre Devraux, director.
En el fondo, La Muse et le Poète es una metáfora del propio Saint-Saëns. A esa edad, cuando tantos compositores se entregaban a la experimentación radical, él eligió la transparencia, la elegancia, la conversación íntima. No hay grandilocuencia, no hay exceso: sólo la música que fluye como un pensamiento sereno, como una confesión tardía. El final, con su tono conciliador, parece decirnos que la inspiración y la reflexión no son enemigas, sino dos voces que, al fin, se reconocen y se abrazan.
Escuchar esta obra es asistir a un diálogo humano, profundo, que trasciende el tiempo. Es oír cómo la Musa susurra y el Poeta responde, y cómo, en ese intercambio, se revela la verdad última del arte: que la belleza no está en la lucha, sino en la armonía.
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