Leipzig, 31 de octubre de 1725. Las campanas de Santo Tomás repican con solemnidad. Anuncian la Fiesta de la Reforma. En el corazón de la ciudad, Johann Sebastian Bach camina con paso firme por la plaza, su capa negra, ondeando al ritmo del viento otoñal. El Maestro tiene 40 años, y aunque su rostro muestra el peso de los días, sus ojos brillan con la intensidad de quien aún escucha música donde otros solo oyen silencio.
No se trata de un domingo cualquiera. Es el día en que los luteranos recuerdan a Lutero, bastión del protestantismo. La Cantata utilizada para tan gran evento es la BWV. 79 "Gott der Herr ist Sonn und Schild" (Dios, sol y escudo). No se trata de una metáfora vacía. Estamos ante una declaración de fe en tiempos inciertos. Europa está en paz, sí, pero la sombra de las guerras pasadas aún se cierne sobre las ciudades. Y en lo personal, la reciente muerte de su esposa Maria Barbara aún pesa en su alma, aunque ya comparte su vida con Anna Magdalena, su nueva compañera y confidente musical.
La cantata daba comienzo con un estallido de luz: trompas, timbales, cuerdas. Un himno de victoria. No es solo música; es un muro de sonido contra la desesperanza. El coro proclama que Dios es sol y escudo, y cada nota parece reforzar esa armadura invisible que protege a los fieles.
Luego viene la voz del alma: un aria para alto, íntima, como una oración susurrada. Y entonces, el coral: "Nun danket alle Gott". Bach lo colocó en el centro, como un corazón que late con gratitud. Era un canto que todos conocían, pero que en su armonización adquiría una nueva profundidad, como si la comunidad entera se fundiera en una sola voz.
El bajo, grave y suplicante, pedía a Dios que no abandonara a los suyos. Y en el dúo entre soprano y bajo, Bach tejía un diálogo entre la luz y la sombra, entre la esperanza y la duda. Finalmente, el coral final cerraba la obra como una oración colectiva, sencilla pero firme: "Erhalt uns in deinem Wort".
"Cantata BWV 79_Gott der Herr ist Sonn und Schild"
The Monteverdi Choir.
The English Baroque Soloists.
John Eliot Gardiner, director.
Cuando la última nota resuena en la bóveda de Santo Tomás, y tras un instante de silencio sagrado, los allí congegados, son conscientes de que no es solo música lo que ha llenado el templo, se trata de una afirmación de identidad, de fe, de resistencia espiritual.
 
 
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