16 dic 2015

Un Genio entre Ruinas

Ludwig van Beethoven
Bonn, 16 de diciembre de 1770. La ciudad, de unos 10.000 habitantes, residencia del arzobispo de Colonia, va a ver nacer entre sus muros a uno de los genios más grandes que ha dado la Historia de la Música: Ludwig van Beethoven. Nacido en pleno apogeo de las Luces, fue iniciado en la música por un padre mediocre, a la sazón tenor de la capilla arzobispal y alcohólico que, alimentado por el sueño de explotar la condición de niño prodigio de su hijo, le obligaba a estudiar de manera intensiva, en un durísimo régimen, el clave y el violín; aunque pronto su plan se desbarataría al no conseguir el éxito deseado. Bastante fue, que esa actitud inhumana por parte de su padre, no provocara en el joven Ludwig un comprensible rechazo a la música; y hay que agradecer, que se cruzara en su camino el organista de la corte, Christian Gottlob Neefe, un maestro eficaz, que además supo servirle de acicate para que nuestro genio diera su salto a Viena. Después de algunos avatares, primer viaje frustrado por la repentina enfermedad y posterior muerte de su madre acaecida en 1787, su oportunidad le surgió en 1792, cuando Joseph Haydn, de paso por Bonn a su vuelta de Inglaterra, le invitó a estudiar con él en Viena, ciudad que con sus 230.000 habitantes era la cuarta por tamaño de Europa occidental. Beethoven se establecería en esa ciudad en noviembre de aquel mismo año. El inmediato fallecimiento de su padre, fue decisivo para que hiciera de la capital austriaca su residencia permanente, de la que, sólo se ausentaría en una gira como pianista realizada en 1796 y en cortos viajes veraniegos, Baden frecuentemente para tomar las aguas termales; Teplitz, donde encontraría a Goethe, o acompañando a algún aristócrata en sus excursiones. La desaparición del electorado de Colonia en 1794, invadido por los franceses, anuló cualquier pretensión de regresar a su tierra natal. Pero su reputación como pianista pronto se extendería y destacados miembros de la aristocracia, particularmente el barón van Swieten, el príncipe Karl Lichnowsky, el conde Razumowsky, embajador ruso, y el archiduque Rodolfo, hermano del emperador y discípulo del compositor, le abrieron pronto sus puertas, disfrutando de una nueva forma de mecenazgo en la que el artista protegido no mantenía vínculos contractuales con su mecenas y podía disfrutar de una amplia libertad creativa. El contraste entre la genial música de Beethoven y su aspecto físico era bastante chocante. Pequeño de estatura, ancho de hombros, el cabello desordenado y de mirada chispeante, su aspecto y trato rudos, junto con su acento provinciano, lo dotaban de un aire un tanto grosero. Vivía en el desorden, por no decir en la suciedad, y criticaba abiertamente la situación musical de Viena. Errante por las calles vienesas, los niños lo tomaban por mendigo, increpándolo. Pero quienes le conocían de verdad, afirmaban que la nobleza de su espíritu se manifestaba a través de sus desórdenes. 

Sonata para piano n.º 14 en Do sostenido menor
Valentina Lisitsa, piano.

Fue apasionado en el amor, a pesar de que éste, siempre le fue esquivo. Amó a hijas de familias encumbradas y a plebeyas. Solicitó a algunas en matrimonio, pero las dificultades para la convivencia se conjuraron contra él. No pudo encontrar su alma gemela. La famosa carta dirigida a la Amada inmortal, de 1812, es un exaltado testimonio de una pasión no correspondida. 
Su sordera, perceptible ya en 1797 y otros problemas de salud, le llevaron a la terrible crisis espiritual de 1802, en la que apeló al suicidio: “Sólo el arte me retiene, pues me parece imposible dejar este mundo antes de haber producido todo lo que siento debo producir y es por lo que retengo esta vida arruinada”. 
Enfermo desde finales de 1826, sintió que el fin se acercaba. Educado en la religión católica, aunque nunca profesó abiertamente sus doctrinas y practicaba más bien una especie de deísmo, en su lecho del dolor, sin embargo, pidió que le administraran los últimos sacramentos. Falleció en medio de una tormenta el 26 de marzo de 1827. Su entierro y funerales constituyeron una gigantesca manifestación de duelo, celebrando la entrada en el Olimpo de los dioses, de un genio artístico que, no sólo había dejado obras imperecederas, sino que había contribuido, de una manera decisiva, a llevar a la música camino de una nueva época.


Valentina Lisitsa
Valentina Lisitsa (Kiev, Ucrania, 11 de diciembre de 11973 - ).

5 dic 2015

La Luz sin Fin

Wolfgan Amadeus Mozart
Octubre de 1791, Constanze lleva unas semanas bastante preocupada. Su esposo no se encuentra bien; con la tez demudada, una blanca palidez se dibuja en su rostro, preso de una acusada debilidad y con una delgadez cada vez más acentuada, su aspecto no le presagia nada bueno. Además, en una de sus conversaciones, le ha asegurado que la música que está escribiendo va a ser para su propio funeral, ya que, le ha llegado a confesar, está convencido de que le están envenenando...
La obra que obsesiona de tal manera a Wolfgan Amadeus Mozart, es una Misa de Réquiem que le ha encargado un personaje misteriosamente vestido de negro y cubierto con una máscara para que no se le reconozca... 
Constanze, viendo que su marido se encuentra en una postración cada vez mayor, decide y consigue alejarlo de la composición del Réquiem y, durante algún tiempo, la salud de Mozart parece mejorar. Compone, mientras tanto, una cantata para los masones, la Kleine Freimaurer-Kantate, que él mismo dirige en su estreno. Pero la idea del Réquiem no se le va de la cabeza. Obsesionado como está con la muerte, sobre todo a partir del fallecimiento de su padre, retoma finalmente su composición...


Requiem en Re menor, K. 626
Teresa Stich-Randall, soprano. Ira Malaniuk, contralto.
Waldemar Kmentt, tenor. Kurt Böhme, bajo.
Wiener Staatsopernchor. Wiener Symphoniker.
Karl Böhm, director.

A finales de 1791, Mozart, se ve obligado a guardar cama. Tiene las manos y los pies muy inflamados, impidiéndole cualquier tipo de movilidad. La situación, ya de por sí alarmante, empeora con un ataque de vómitos, fiebre y diarrea. Tal es su incapacidad, que hay que ayudarle cada vez que quiere sentarse. Está tan tumefacto, que su cuñada Sophie Haibel le ha hecho un camisón para dormir que puede ponerse por delante, para ahorrarle así sufrimientos a la hora de moverse. Cari Thomas Mozart, el hijo mayor que tenía por aquel entonces siete años, nos deja un relato estremecedor: "pocos días antes de que mi padre muriese, todo su cuerpo se hinchó tanto que era incapaz de hacer el más pequeño movimiento; además, había un hedor propio de descomposición interna que después del fallecimiento fue tal, que hizo imposible la autopsia". 
A pesar de su manifiesta debilidad, el día de su muerte, aún le quedan fuerzas para cantar la parte de contralto en un ensayo de las secciones finalizadas del Réquiem, para luego dar instrucciones a su alumno Süssmayr sobre cómo debía terminar la obra.
Mozart, estuvo consciente hasta dos horas antes de morir. Por la noche le subió la fiebre y el doctor Ciosset le practicó una sangría, pidiéndole a Sophie Haibel que le aplicara una toalla fría en su frente. Eso le provocó un ligero temblor. Mozart perdió el conocimiento y murió dos horas después, a las 00:55 horas del 05 de diciembre de 1791.
Más tarde se sabría que el encargo del Réquiem, fue hecho por Franz Anton Leitgeb, secretario del conde Franz von Walsegg zu Stuppach, cuya esposa había muerto el 14 de Enero de 1791 y que, en su pretensión de hacerse pasar por compositor, copiaba las partituras de famosos músicos de su propio puño y letra para entregarlas después a la orquesta de su castillo y ser interpretadas. El Réquiem, serviría para rendir homenaje a su joven esposa fallecida.


Karl Böhm
Karl Böhm (Graz, 28 de agosto de 1894 - Salzburgo, 14 de agosto de 1981)