Primeras semanas del mes de marzo de 1880. Antonín Dvořák, se ha tomado un respiro en la composición de su Concierto para violín en la menor. Necesita aclarar sus ideas y buscar un desahogo creativo. Para ello, nada mejor que seguir componiendo, esta vez, una pieza de recogimiento y de austera emoción. Así nace su Sonata para violín y piano en fa mayor.
Dvořák disfrutó, con esta obra, de mayor libertad que en la de su referido concierto y se nota en la escritura encantadora de esta sonata. Para ambos empeños contó el compositor bohemio con el asesoramiento de Joseph Joachim, el gran virtuoso con el que había entablado relación a través de Brahms, amigo común de ambos. Joachim revisó ambas partituras, pero así como se ensañó al pedir modificaciones para el Concierto, tuvo, al parecer, poca intervención en la Sonata, que según cuenta el propio Dvořák, le gustó mucho.
La obra sonó por primera vez en Berlín, en casa de Joachim y fue interpretada por el huésped y por el autor. Tras este primer estreno privado, su estreno público, se le atribuye a Ferdinand Lachner, también con Dvořák sentado al piano. La partitura fue publicada en Berlín en el mismo año de 1880 por la firma Schlesinger.
Sonata para Violín y Piano en Fa mayor, Op 57
Josef Suk, violín.
Jan Panenka, piano.
En el momento de componer esta sonata, Dvořák tenía aún muy presentes las texturas, los ritmos cruzados y el tratamiento de los dos instrumentos de su admiradísimo amigo Brahms. Pero ya se puede percibir la emergente voz propia del compositor bohemio. El primer movimiento se inicia con el tema principal, con el piano respondiendo al violín en la segunda frase. El piano introduce el decidido segundo tema, material para el correspondiente desarrollo y posterior recapitulación. Es en el segundo movimiento, "Poco sostenuto", donde Dvořák exhibe su dominio del lirismo cantable. Dvořák mantiene la tensión musical con maestría en largas notas y en melodías elementales. La sonata acaba con un animado rondó, dotado de un enérgico tema de danza que encuadra episodios en tonalidades y caracteres contrastantes; pero estas danzas no desmienten el tono recogido que domina la obra, porque son danzas que invitan a mover más el espíritu que el propio cuerpo.
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