Quince de diciembre de 1838. A la Real Cartuja de Valldemossa, bello monasterio ubicado en la isla de Mallorca que los monjes cartujanos han abandonado, muy a su pesar, hace tres años, llegan, huyendo del clima adverso de la capital parisina, Frédéric Chopin, George Sand y los hijos de esta, Maurice y Solange. Alquilan varias dependencias del monasterio, acomodándose en la celda número cuatro. A pesar de buscar con este traslado y contando con la suavidad del clima, una mejoría del reuma que aqueja a Maurice y tratar de aliviar la maltrecha salud de Chopin, sin embargo, este invierno está siendo especialmente de una gran crudeza en toda la isla. Chopin que se encuentra muy frágil y cada vez más enfermo, hace poco que se le ha diagnosticado la tuberculosis, prácticamente no sale de los muros cartujanos. Trabaja en unas lamentables condiciones y, sin embargo, este se convertirá en uno de los períodos más fecundos de su carrera como compositor. Aquí será donde termine los Preludios Op. 28 y culminará, también, los Nocturnos Op. 37, la Balada nº 2 Op. 38, el Scherzo nº 3 Op. 39 y las dos Polonesas Op. 40.
Los Preludios op. 28, que fueron publicados en 1839, son una de las colecciones más singulares de Chopin, siendo en ellos fácil de apreciar una clara alusión a los preludios del Clave bien temperado de Bach, obra que conocía nuestro músico polaco muy bien. Pero, al mismo tiempo, también puede vislumbrarse en ellos, una propuesta radicalmente nueva, en la que el preludio pierde su asociación con cualquier género, como la fuga, para adquirir una independencia como breve pieza, con su propia sustancia y significado. El planteamiento tonal de la colección chopiniana es diferente del de su predecesor alemán. Bach, ordena sus preludios y fugas por orden cromático ascendente desde Do hasta Si, alternando además cada tónica en modo mayor y menor. Chopin sigue el círculo de quintas desde Do mayor, pasando después a su relativo La menor; a continuación añade un sostenido y se sitúa en Sol mayor y en su relativo Mi menor, y así sucesivamente hasta recorrer el círculo completo en el sentido de las agujas del reloj, estando por tanto los dos últimos preludios en Fa mayor y Re menor. Se trata de la primera colección de preludios que se presenta como un ciclo de piezas con contenido autónomo, donde cada una de ellas puede subsistir aislada, contribuyendo, junto con Schumann, Mendelssohn, Liszt o Brahms, a la consolidación de un género fundamental en los siglos XIX y XX, el de la pieza corta.
Preludios Op. 28
Vladimir Ashkenazy, piano
En la isla de Mallorca, nacieron preludios como el nº 2 y el nº 4 por los autógrafos datados allí, además de otros como el nº 10 y el nº 21. El planteamiento tonal y afectivo de los preludios produce fuertes contrastes entre los preludios impares y los pares a lo largo de todo el ciclo, y es difícil encontrar una “pareja” de preludios en mayor y menor en el que esto no sea evidente.
Cientos de miles de personas peregrinan cada año a las celdas de la cartuja donde Georg Sand y Chopin vivieron su particular historia de amor durante cincuenta y seis días. Ahora, nosotros, dejándonos llevar por la imaginación, trasladémonos a esa celda número cuatro. Cerremos los ojos y escuchemos el goteo incesante de la lluvia en sus tejados. ¿No lo oís?, Chopin está tocando su Preludio número 15 en Re bemol mayor...
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