"Se ha dicho que mi Réquiem no expresa el miedo a la muerte, y ha habido quien lo ha llamado "un arrullo de la muerte". Pues bien, es que así es como yo veo la muerte, como una feliz liberación, una aspiración a una felicidad superior, antes que una penosa experiencia. La música de Gounod ha sido criticada por su sobre inclinación hacia la ternura humana, pero su naturaleza le predispone a sentirlo de esa manera. La emoción religiosa toma esta forma dentro de sí. ¿No es necesario aceptar la naturaleza del artista? En cuanto a mi Réquiem, quizás también he querido yo escapar del pensamiento más habitual, ¡después de tantos años acompañando al órgano servicios fúnebres! Lo sé todo gracias al corazón. Yo quise escribir algo diferente."
Así se expresaba Gabriel Fauré, refiriéndose a la obra que nos ocupa, el Réquiem en Re menor.
Réquiem en Re menor, Op. 48.
1.- Introit et Kyrie 2.- Offertoire 3.- Sanctus 4.- Pie Jesu
5.- Agnus Dei et Lux Aeterna 6.- Libera Me 7.- In Paradisum
5.- Agnus Dei et Lux Aeterna 6.- Libera Me 7.- In Paradisum
The Cambridge Singers. Members of the City of London Sinfonía.
John Rutter, director.
John Rutter, director.
En un viaje a Londres realizado en 1898 con el fin de dirigir el estreno de su "Pelléas et Mélisande", Fauré, conoció a Edward Elgar, primer compositor británico moderno cuyas obras corales y orquestales adquirieron fama internacional. Inmediatamente se creó entre ellos una corriente de simpatía, siendo el mismísimo Elgar, católico practicante, quién animara a Fauré a orquestar el Réquiem para su estreno en Londres. La primera versión, escrita en 1887 para soprano, barítono, coro y órgano, fue interpretada en la Madelaine en 1888. Posteriormente, en 1890, Fauré revisó la obra y, ante la imposibilidad de hacerla interpretar, la archivó en un cajón. La orquestación fue terminada en 1900 y, al poco tiempo, fue publicada su partitura por Hamelle. Lamentablemente para Gabriel Fauré y pese a los esfuerzos realizados por su amigo Elgar, el Réquiem orquestado no se pudo estrenar.
Sería en 1924, como consecuencia de la muerte de Fauré, cuando se interpretó la obra utilizando la versión original de 1890, para voces y órgano.
Doce años después, en 1936, y a dos años de la muerte de Elgar, tuvo lugar el estreno del Réquiem en su versión orquestal. Se llevó a cabo en Londres, bajo la batuta de Nadia Boulanger, quien también dirigiría el estreno parisino semanas después. La compositora, pianista, organista, directora de orquesta, intelectual y profesora que formó y enseñó a muchos de los grandes compositores del siglo XX, la gran Nadia, dijo al respecto:
“Nada más puro o lleno de claridad en su definición había sido concebido con anterioridad. Ningún elemento externo altera la sobriedad y expresión de pesar algo severa; nada provoca que su profundo carácter meditativo sea alterado, ninguna duda restringe la gentileza y ternura de esta música.”
“Nada más puro o lleno de claridad en su definición había sido concebido con anterioridad. Ningún elemento externo altera la sobriedad y expresión de pesar algo severa; nada provoca que su profundo carácter meditativo sea alterado, ninguna duda restringe la gentileza y ternura de esta música.”
He aquí la grandeza de una obra magna, maravillosa e inmortal, creada por alguien que se declaró siempre como agnóstico. Un no creyente que respetaba las creencias de los demás.
John Rutter (Londres, 24 de septiembre de 1945- ).
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